Historias Inconexas: ¿A quién hay que fusilar?
A las cuatro de la tarde llegué a Pinar del Río, una capital de provincia a 200 kilómetros al oeste de La Habana y, tal como me había anunciado Fidel, no fue difícil encontrarle. Estaba en la plaza principal, rodeado por 100.000 personas – es la cifra que dieron los periódicos, quizás un poco hinchada --, una multitud vibrante, cálida, entusiasta, con los sombreros volando por los aires. ¡Qué dicha, una revolución tan popular! Simplemente, bastaba con atravesar aquella multitud. Había un jaleo espantoso, tres emisoras distintas radiaban el desfile a voz en grito: “¡Los machetes apuntando contra la agresión extranjera!” (en este caso la agresión norteamericana). Y ante él pasaban los jóvenes armados con machetes, montando pequeños caballos. Con mala intención, me los imaginé atacando a sablazos las bombas atómicas norteamericanas. En medio del jaleo volví a empezar mi exposición, que Jacques Chonchol iba traduciendo. De pronto, Fidel dijo: --Ahora me toca hablar a mí. Y habló durante un