Aquellos Años (2015-2019) … Soy migrante en tierras quiteñas, cerquita del “Cielo”
Serpenteando por las
calles
de mi vieja ciudad (I)
Remolino de Nostalgias
¡Añoranzas (4)!
Quiero escribir una historia, que cuente mis correrías en las calles de mi
vieja ciudad. Los personajes son los jóvenes se aquellos años finales de los 40
y mediados de los 50, hacen de esa historia algo interesante, aunque cuente
cosas de mi vieja ciudad colonial. No estoy diciendo nada que no haya ocurrido,
estoy, en definitiva, contando una vieja historia. La entrada que estas
comenzando a leer me recuerdan tantas cosas de mi vida, remolino de nostalgias,
las calles de mi “viejo
Coro Colonial” doradas por el sol y las arenas que traen los
vientos alisios de ese inmenso mar. Recuerdos de tiempos ya pasados, imágenes
que nunca he olvidado, y han quedado escritas con amor, aquí muy dentro de mi
corazón.
Como dice el Dr. Ribeiro, en su libro “Viajando en
el tiempo”. Recordar el pasado, crear el futuro. “Nuestra mente tiene el
poder de viajar a cualquier lugar. Puede incluso viajar a través del tiempo”.
Eso es lo que estoy tratando de hacer, un viaje al pasado. Recuerdos que no
volverán, pero están allí.
Comenzando las descripciones, recuerdo en esa época de mi niñez, cuando
Coro era un pueblo de cuatro calles. Desandando tus calles estrechas, hoy
recorro mi vieja ciudad, la de las serenatas a la media noche acompañados de
una botella de ron; Coro la de los recuerdos, aquellos que no volverán.
Existen historias únicas que me sucedieron en mi niñez y adolescencia al
paso a la juventud, unas que te dejan sin palabras, otras te dejan sin aliento
y otras quedan inmortalizadas dentro de tu memoria, como si dijéramos ¡un viaje al pasado!
Vamos a serpentear, donde estuvieron ubicadas las barberías que yo
frecuentaba, la primera donde estuve se encontraba en la Av. Roosevelt, para
llegar haya, salía de mi casa en la calle Federación y cruzaba en la calle
Buchivacoa hasta la calle Colón, de allí seguía por la Colón hasta la calle
Garcés, aquí seguía hasta llegar a una calle León Farías, cruzaba hasta llegar a la calle La Paz, caminaba un corto
trayecto y cruzaba en la calle Pálmasola, otro corto trayecto y cruzaba en la
callejón Hospital, de allí otro corto trayecto y caímos a la calle Pálmasola,
allí cruzábamos en la calle Ayacucho hasta llegar a la Avenida. La barbería
estaba ubicada al frente de la Estación de Servicios Borregales. Su dueño de
apellido Goitia, muy famoso el corte “totuma”. La otra barbería, a la que
asistí posteriormente estaba ubicada en la calle Churuguara pasando la Colón en
esquina con calle León Farías, su dueño de apellido García, mi papá biológico
le decía pariente. La tercera barbería a la que asistí estaba ubicada en la
calle Buchivacoa frente al Mercado Municipal, cerquita de mi casa. Y, por
último, ya un joven futuro bachiller, me peluqueaba en la barbería que quedaba
en la calle Ampíes esquina calle Garcés. Su dueño de nombre Camili, italiano,
muy amable y que un día regreso a su país. Y yo, también me fui a la
Universidad, a otra ciudad.
Había un juego que se llamaba la “policía
librada”, había que demostrar energía, velocidad, resistencia, viveza, ya
que las piernas, en este caso, son dignas del dicho “patitas pa’ que te tengo”
para poder lograr burlar la persecución de los policías.
Este era un juego colectivo, nos reuníamos varios muchachos, unos eran
policías y otros eran ladrones, el área para jugar era bastante grande,
comprendía las calles Talavera, Ampíes, Pasaje entre las calles Talavera y
Garcés y podíamos llegar hasta la plaza Falcón. En la calle Ampíes, en la casa
de las cien ventanas, había un portón que permanecía abierto, otro sitio para
esconderse eran los escombros del “Teatro Armonía”, la plaza Bolívar y pare de
contar. El grito era a que no me encuentras, para ubicar a los policías.
A correr se ha dicho, a mostrar nuestras habilidades de corredores; la
cárcel se llenaba poco a poco, si nos agarraban, podíamos liberar a nuestros
compañeros, burlando la policía, gritando “libre” a la vez que se tocaba la mano del
que estaba preso. Era apasionante correr por las calles de Coro, no había
vehículos que molestaran y las calles eran nuestras. Al otro día, los policías
se convertían en ladrones y los ladrones en policías. El juego terminaba con un
agotamiento, pero contentos, habíamos disfrutado de una noche de correrías por
las calles de mi vieja ciudad. ¡Éramos felices! Y, al llegar a casa, me estaban
esperando, el concebido regaño, mira como vienes de sudado, se refresca y se
pone a estudiar y hacer las tareas. Estudiar, oh, estudiar.
¡Una migaja final…!
Para aquel entonces, la vieja ciudad de Coro, pertenecía al Distrito
Miranda; somos desierto, mar, arena y sol ardiente, a unos pocos kilómetros de
la ciudad, se encuentra un inmenso médano, es un médano blanco por las
blancuras de sus arenas. Para llegar haya, salíamos por la Av. Los Médanos,
rumbo hacia la Península de Paraguaná. La Av. Los Médanos era una sola vía de
ida y vuelta, su piso era cemento bien elaborado, a sus costados había tierra
hasta llegar a las casas que circundaban la avenida. Siempre me llamó la
atención, el “Oratorio Don Bosco” la obra de San Juan Bosco en Coro. Y, quién
iba a decir, que, pasado el tiempo, yo sería un exalumno salesiano. Este era el
Coro de ayer, siempre estará presente en mis recuerdos.
¡Una nota al margen…!
La calle Talavera iba del Cine América hasta la Plaza Falcón. Frente a la
Iglesia Catedral había una calle que comunicaba la Calle Talavera con la Calle
Pálmasola. La Catedral de esa época era monumental, no la iglesia pueblerina
que nos dejó el arquitecto Gasparini.
¡Citas celebres…!
¿Alguna vez ha sentido nostalgia por algún lugar que en realidad ya no
existe? ¿Un lugar que solo existe en tu mente? (Jenny Lawson).
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