Destino de un niño negro (II)

Un día cuando regresaba del colegio, unas amigas de mis tías maestras estaban de visita en mi casa; yo llegue, buenas tardes, permiso y pase; no había recorrido mucho cuando escuche decir, y ese negrito quién es, es el hijo de José del Carmen, ¡de José! Pero si José es un catire ojos verdes; A partir de allí, me traumatice, nunca me había fijado en mi color, ya que vivía en una casa que todos eran blancos o catires; eso me pego mucho, me dolió descubrir que era un niño negro. Estando en el colegio, el padre Bergamín se me acerco y me dijo, que te pasa, hace días que no eres el mismo, cuéntame, hecha para fuera para que te sientas aliviado. Yo no me atrevía a hablar; hasta que me convenció y le conté todo, a partir de allí se convirtió en mi psicólogo y pude lograr superar aquello que me aterraba. Todo esto me lleno de coraje para enfrentar lo que venía, me toco un maestro allí en el colegio que era racista el padre Basse italiano y me marginaba del equipo de Futbol y metía a un compañero de apellido Sevilla un españolito blanquito y todo lo demás, pero de Fútbol nada; el equipo protesto y tuvo que meterme a jugar y ganamos el campeonato interno del colegio. Participe en el orfeón del colegio como bajo, experiencia maravillosa, ya que eso implicaba tener disciplina y ensayar todos los días, no podíamos fallar. Dentro de las actividades que cumplía el orfeón, era preparar una zarzuela que llevaba por nombre “Pablo Anchoa” y llego el día del ensayo final y el compañero que hacía el papel de Pablo Anchoa no dio la talla, fue tanta la cólera que agarro el Padre José Ribolta, que inmediatamente dijo, quién sabe las estrofas y conteste yo; pase al frente, era tanta la emoción que aquello resulto un éxito. Hicimos presentaciones en el colegio, en el Colegio Salesiano María Auxiliadora (de mujeres), fuimos a la Shell, a la Creole en la península de Paraguaná, recuerdos que nunca se borraran. Estudiando en 6º grado y como integrante del orfeón del colegio, el padre Ribolta me regaló un folleto “El decálogo del buen estudiante”, eso me ayudo mucho a disciplinarme más en los estudios, a tener mis horas para estudiar que respetaba, así como tener tiempo para hacer otras actividades. Cuando llegaba fin de año, había un acto cultural en el colegio, asistían todos los padres y representantes, premiación de fin de curso, los premios que logre mantener mientras estuve en el colegio todos los años fueron: 1º Premio en Conducta, 2º Premio en Aplicación, 1º Premio en Religión y 1º Premio en Deportes. Qué tiempos aquellos, no volverán. Mi agradecimiento por siempre al Padre Ribolta, fue un profesor exigente, estricto el que más, pero enseñaba, sentía amor por lo que hacía, digno sucesor de Don Bosco.

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