Destino de un niño negro (VI)

Cuando estaba en el colegio en sexto grado, obtuve el segundo puesto en un “Concurso literario”, promovido por el Centro Cultural “José Heriberto García de Quevedo” con ocasión de la semana del árbol (Coro, a los 22 días del mes de agosto de 1.957). El premio que me dieron fue un libro sobre “Bolívar”, 32 lecciones para jóvenes americanos, “Culto Bolivariano”, su autor Antonio Arraiz (1.952). Del ideario de bolívar recuerdo, la carta a Simón Rodríguez, “Usted formo mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso”. Otra del ideario de Bolívar que leía a menudo, que reflejaba su grandeza, “la gloria está en ser grande y en ser útil”. Este libro lo conservo desde entonces y actualmente está en mi biblioteca personal.
El trabajo, ¡Oh el trabajo! Había una mística exagerada del trabajo, si bien es cierto que Dios ha dotado al hombre de inteligencia, le ha otorgado también el modo de acabar de alguna manera su obra, todos somos creadores. Tener esperanzas, sufrir, tener ambiciones, alegría, unir voluntades, a través del trabajo comunitario, nací para eso. Cuando estaba en cuarto o quinto grado de primaria, se me asigno una tarea, aprender y recitar una poesía; yo recite el ¡El trabajo!, que decía así:

“Trabaja joven, sin cesar trabaja
Que la frente honrada,
Que con el sudor se moja,
Jamás ante otra frente se sonroja,
Ni se rinde servir,
A quien lo ultraja”.


Necesitado de dinero, cierto día recurrí a mi tío Esteban, un tío que tenía Hatos de Chivo (5), de esos fundos extraían la madera para construcción, latas y horcones, así como el cardón, cañizo o totocoro para hacer las casas de bahareque o de tejas. Le pedí que me diera un dinero, me contesto que tenía un trabajo; si me interesaba, le dije que sí. Era mover una camionada de piedras de un sitio para otro. Me gane un dinero. A la semana siguiente, volví por más trabajo; me ordeno que llevará la piedra a su sitio iniciar. No me quejo, aprendí a ganarme el dinero. A medida que fue avanzando el tiempo, me tocaba acomodar la madera, todo tenía que estar en orden, para cuándo llegarán los compradores. Las latas en un sitio, los horcones en otro y todo bien distribuido para poder despachar a su destino. Este trabajo me producía excelentes ganancias y me daba grandes satisfacciones.

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