Destino de un niño negro (IV)

No todo era color de rosas, como dicen en mi país, mi familia paterna que me crió eran muy estrictos, exigentes hasta por demás; si hacía algo que no les gustaba o me portaba mal, me infringían un castigo muy severo, o me pegaban con un mandador que era una verga de toro retorcida o me encerraban en el cuarto oscuro, un cuarto sin iluminación, que se usaba para guardar comida, era como la despensa de la casa, allí me dejaban de 1 a 2 horas encerrado con candado, ese tiempo no paraba de llorar. Recuerdo que mi abuela me mostraba el mandador, y me decía, mira lo que está allí, “Pedro moreno que quita lo malo y pone lo bueno”; cuando pude, agarré esa verga y la hice desaparecer para siempre. A medida que iba creciendo, tenía que ganarme las cosas, tenía que trabajar, no podían verme un rato libre, inmediatamente me mandaban a hacer algo; decían “la ociosidad es la madre de todos los vicios”, eso era para mantener mi mente y mi cuerpo ocupados. Cuando necesitaba ropa, una camisa, un pantalón o zapatos, me pedían la boleta de notas, me exigían de 15 puntos para arriba, por debajo de eso nada. Cuando necesitaba dinero tenía que ganármelo, ya que tenía un hobby, ir al cine a ver las series del momento, eran películas que duraban 5 miércoles o sábados, cada vez terminaba en capitulo, o sea el protagonista o la chica estaban en peligro, y nosotros emocionados esperando la semana siguiente. Una anécdota de la época que pasaba de la niñez a la adolescencia, yo era muy desordenado, llegaba del colegio y tiraba los zapatos por un lado y el bulto (maletín donde llevaba los libros y cuadernos) por otro, era un desastre; un día miércoles me disponía ir al cine a ver mi serie favorita, y no encontraba mis zapatos, se acercaba la hora y nadie sabía responderme; lloré y esa misma noche comencé a organizar mis cosas y nunca más me sucedió eso. Recuerdo al cine América frente a la plaza Bolívar y diagonal a los escombros de lo que una vez fue el teatro “Armonía”. Cómo hacía para ganarme el dinero, trabajando, atendiendo los dos jardines de mi casa paterna, uno en el patio de plantas ornamentales, y otro en el solar de una mata que se llamaba “Japón”, echaba una flor blanca y con ella se hacían las coronas que todos los domingos mi familia llevaba al cementerio. El trabajo de jardinería me gustaba, podar las plantas en la época de menguante (fases de la luna), abonar con cagarruta de chivo o sea el excremento del caprino, lo preparaba muy bien y los resultados eran asombrosos, cada domingo cosechábamos flores para hacer 2 coronas y un ramo. Como vivimos en una zona seca, tenía que cuidar muy bien el riego, mientras estudiaba mi lección atendía que todas las plantas tuvieran suficiente agua.

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