Destino de un niño negro (XIII)

Quiero compartir, aquellas vivencias de mi adolescencia en el campo, una vez que paría una cabra, al cabrito al día de nacido, se procedía a efectuar tocamientos con “creolina” sobre el ombligo, para evitar el ataque de la mosca del gusano. El cabrito era amamantado en las horas de la tarde, cuando llegaba la cabra al corral. El rebaño de cabras llegaba en primera instancia a la “majada” del Hato, situándose frente a los corrales. A eso de las 5:30 pm, comienza el “jopeo”, a las 6:00 pm las cabras han sido encerradas en el corral donde se encuentran sus crías hasta las 6:00 de la mañana siguiente, hora en la cual son soltadas, dejando a sus crías en el correspondiente encierro. El uso del “aceite quemado”, es decir, el aceite que extraíamos de la chencha (la camioneta de papá), se guardaba en botellas y en cada esquina del corral había una. Servía para todo, gusaneras, golpes y pare de contar. A los dos meses de nacido, se “señalaba”, media señal, marca que acreditaba al Hato la propiedad de determinado ejemplar. Aquellas crías que perdían a su madre o era producto de partos múltiples (la madre no daba leche), pasaban a ser amamantados por otras madres que habían perdido sus crías, o sea buenas productoras de leche. El cabrito se le conocía como “meco” y era un animal sumamente manso y molesto, cuando lo veían a uno, inmediatamente se pegaban detrás porque buscaban que lo amamantaran. Antes de continuar la faena, hacíamos un cafecito, una papeleta tenía que durar el día, café más panela, y al fogón de leña que teníamos dentro de la casa; cuando volvíamos, calentábamos el café que había quedado, le agregábamos un poco de agua y panela, y lo hacíamos hervir, y esto se conocía como “cache”. Nos gustaba cazar, paro eso sí, respetábamos toda fauna que no fuera aprovechable; me recuerda otro de los poemas que solía recital en clase de primaria, “El NIDO” de Juan de Dios Peza (Méjico), que decía así:


Mira ese árbol, que a los cielos
Sus ramas eleva erguido;
En ellas columpia un nido
En que duermen tres polluelos.
Ese nido es un hogar;
No lo rompas, no lo hieras;
Sé bueno, y deja a las fieras
El vil placer de matar.



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