Destino de un niño negro (XV)

Y, así, el niño se hizo joven, y un día abandonó el colegio para ir al liceo, a culminar su bachillerato. Estábamos en el año 1960, Semana Santa en Adicora, era la invitación que recibía de un tío que era subadministrador de las salinas de las Cumaraguas; las oficinas administrativas estaban en Adicora, una casa colonial de amplios cuartos y una sala que parecía una sabana. Allí me fui con un primo hijo de mi tío, se llamaba Julio César, hoy difunto; llevaba en mi maletín, además de la ropa, mi hamaca y mis dos buenos colgaderos; el turismo de playa que se iniciaba en el gobierno de Pedro Luís Bracho Navarrete era indescriptible, llegaban avionetas de todas partes, lo interesante un aeropuerto recién inaugurado y los aeroclubes que se reunían allí. Aquello era fabuloso. Para un joven que viene de un colegio de curas, de varones y ver tantas mujeres bellas, ya el bikini comenzaba aparecer, imagínense ustedes como me sentiría. Cierto día, mi primo me dice, vamos a recoger “Chipi-chipi”, es un marisco marino que vive enterrado en la arena de las playas, llenamos dos baldes, los limpiamos e hicimos un concentrado consomé muy apetitoso. Recuerdo, que me tomé una tacita y me puse a sudar frío. Habían llegado de Caracas a pasar vacaciones en la casa, las hijas de un funcionario del gobierno; el señor al ver lo que habíamos preparado y tomado; ¡exclamo!, estos muchachos está noche tienen que dormir lejos de las muchachas, porque están birriondos. Birriondo, necesitado de sexo; se dice de la persona que tiene tiempo sin mantener relaciones sexuales, anda desesperado. Esa expresión se la decíamos nosotros a los “chivatos” en la época de berreo (monta). Berrear, que es el término más correcto, significaba “dar berridos los chivatos”; se escuchaba clarito, decir el macho a la hembra, dame la breva.
En julio de 1962 me gradúo de bachiller en ciencias en el Liceo Cecilio Acosta de Coro, IV promoción, “Promoción Fabio Villacis Suarez”. Años de guerrillas rurales 62-63 en los Estados Falcón y Lara. Para ese momento admirador del Che Guevara, había leído su Manual de Guerra de Guerrillas, estuve a punto de engrosar las filas de los que luchan y no saben por qué. Al grupo que iba a ingresar fue hecho preso subiendo la montaña y su destino nunca se supo. De repente, si me hubiera integrado no estaría contando esta historia para recordar. Siempre me las ingeniaba para ganar dinero, cuando ingrese al Liceo, daba clases de Matemáticas, Física y Química, cobraba por hora; era solicitado por los maestros no graduados que estaban estudiando para “Maestro Normalista”, eso era en el período de vacaciones Julio-agosto-septiembre; una de mis tías que fue mi maestra en primer grado, años más tarde sería mi alumna en la Escuela Normal.

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